Por Alejandro Alba, traducción por Jessica Castañeda
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Himnos extranjeros se escuchaban mientras abría lentamente los ojos en un lugar desconocido. Estaba cansado y vestía la misma ropa del día anterior; me preguntaba si en realidad había viajado tres días para llegar al otro lado del mundo. Aunque el cambio de horario era bastante desagradable, estaba asombrado de encontrarme en Indonesia para estudiar.
Nunca me había imaginado viajar a Indonesia y estar ahí fue verdaderamente increíble. A lo largo de mi estancia de 30 días, fui testigo de muchos eventos interesantes e intrigantes. De algunos ya tenía previo conocimiento, pero vivirlos fue una experiencia completamente diferente.
Lo que me sorprendió más fueron los 30 días de comer arroz, el platillo que acompaña todas las comidas, los 30 días de escuchar sus oraciones melódicas cinco veces al día y los 30 días de vivir acontecimientos que te cambian tu percepción del mundo, los cuales me hicieron reflexionar sobre mi propia vida, hasta entonces muy protegida.
Hasta cierto punto, me vi a como el protagonista de “Eat, Pray, Love” (“Comer, Rezar, Amar”), excepto que yo soy un varón de 20 años, que no estaba buscando amor, y si fuera a crear mi propia adaptación de este libro se llamaría “Eat, Pray, Live” (“Comer, Rezar, Vivir”).
Comer
Mi primera experiencia en ese país extranjero fue la cocina. Sabía que no debía esperar una hamburguesa con papas fritas al lado, pero nunca pensé que iba a estar comiendo arroz con cada comida. Ellos tienen dos estilos diferentes de arroz, Nasi goreng (arroz frito) y Nasi putih (arroz blanco), pero cuando comes el mismo platillo tres veces al día por un mes entero, se vuelve monótono.
Aunque mi experiencia con el arroz no fue la mejor, hubo otros platillos que disfruté mucho. Uno de ellos fue mie rebus (fideos hervidos), un plato de fideos con un huevo hervido encima, pero las especias que utilizan realmente me recordaron los platillos picantes de casa. Sin embargo, cuando se trata de alimentos con un sabor dulce, el de ellos eran bastante inusual.
Nunca he sido fan del aguacate, o alpukat como dirían en Indonesia, pero soy fan de intentar sabores nuevos. Por lo tanto, valientemente intenté su famoso jugo de aguacate. El resultado fue una mezcla de asco y malestar, lo que me llevó a hacer una serie de expresiones faciales que obviamente reflejaron que no me gustó el jugo. En el grupo con el que viajaba, fui el único a quien no le gustó ese jugo exótico. Quizá era porque esperaba un sabor dulce con un toque de chocolate, pero al final sabía solo a cuatro aguacates molidos en agua con un poco de hielo.
Junto con el jugo de aguacate, había también una dona de aguacate. No me gusta tropezar con la misma piedra dos veces, así que abandone mi filosofía valiente de probar nuevos platillos.
Aparte del aguacate, hubo otras frutas inusuales que probé. Una de las que más recuerdo fue el durian, una fruta grande de color amarillo con cáscara de espinas, cubierta de un olor único, pero repugnante. A menudo veía señales que advertían sobre el consumo del durian debido al olor que deja. Sin embargo, tenía que probarlo. A pesar de que apesta, el sabor no era tan malo. Era dulce, creo que la comparación más cercana sería el kiwi.
El preguntarme qué habría en mi comida diaria se volvió una costumbre . A pesar de que no todos los platillos parecían dignos de confianza, me despertaba cada mañana con ganas de probar lo que se me ofrecía. Nunca le puedo decir no a la comida.
Rezar
Todos los días me despertaba a las 4 a.m., con el sonido de los altavoces de la ciudad llamando a la gente a orar. Salah, la práctica de adoración formal en el Islam, había comenzado. Para los musulmanes, que representan el 80 por ciento de la población de Indonesia, Salah se da cinco veces al día. La primera es en la madrugada (4:30 a.m.), luego a media mañana (9 a.m.), seguido por el mediodía, por la tarde (5 p.m.), y, por último, al caer la noche (7 p.m.). Las oraciones no me molestaban, pero lamenté no poder entender lo que querían decir.
Aunque no entendía el idioma indonesio, tuve la oportunidad de observar la tradición de los musulmanes en su máxima expresión, ya que el Ramadán se celebró durante el mes de julio. Siendo de una familia católica, las celebraciones del Ramadán se parecían algo a aquellas celebradas en la religión católica durante la Navidad y la Pascua.
Ramadán es tratado como un mes de ayuno en la comunidad musulmana, que se considera uno de los Cinco Pilares del Islam. Durante la celebración del Ramadán, muchas personas dejan de comer, beber líquidos y tener relaciones sexuales. En este sentido, es similar a la observancia católica de la Cuaresma antes de Pascua. El parecido a la Navidad es que ellos decoran, tocan alegres—aunque irritantes—canciones y tienen desfiles.
Fue muy interesante ver a la gente en ayunas desde las 4:30 a.m. hasta las 6:20 p.m., y luego festejar durante la noche. A veces me sentía culpable de comer durante mis tiempos regulares en frente de ellos. Para que yo pudiera experimentar plenamente la cultura, decidí ayunar un día. No fue mucho desafío, excepto por no ser capaz de beber líquidos, incluyendo mi propia saliva.
En la provincia de Bali, la religión predominante es el hinduismo. De una isla a otra, hubo un cambio drástico en las personas y sus actitudes. En Bali, una gran parte del cambio parecía venir de todos los australianos caminando por las calles, lo que me recordó a los turistas estadounidenses en Cancún o en Isla del Padre durante las vacaciones de primavera.
El hinduismo fue muy interesante para mí y—siendo como me gusta llamarlo un religioso independiente—tuve la oportunidad de realmente apreciarlo. No sólo eran atractivas las estatuas gigantescas alrededor de la ciudad, sino también las creencias religiosas, como el karma y el dharma. En pocas palabras, los hindúes creen que por cada acción hay una consecuencia (karma), y que los individuos deben aceptar su lugar en la sociedad (dharma).
Sin lugar a dudas, la religión hindú recibe la misma dedicación de sus seguidores que la religión musulmana, sobre todo con sus ofrendas. Cada mañana salía a la calle y, mientras caminaba por la ciudad, iba encontrando muchas cestas hechas a mano con flores minúsculas y trozos de frutas como ofrendas a los dioses hindúes.
Sobre todo me di cuenta de que la religión hindú crea un ambiente muy moral. La gente parecía estar feliz siempre y ofrecían lo mejor porque sabían que las cosas buenas se revierten.
Regresar a los Estados Unidos me hizo pensar cómo las personas viven su vida diaria sin estar realmente agradecidos por lo que tienen, o sin dar lo mejor de sí para los demás. Me hizo darme cuenta de que nosotros, como estadounidenses, somos muy privilegiados.
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Viajar a Indonesia no me ha cambiado por completo, pero sí abrió mis horizontes. Me ayudó a darme cuenta de que puedo viajar a donde me plazca—siempre y cuando haya fondos—y aprender sobre otras culturas y tierras. El cambio vino a mí de una manera muy inesperada. Mientras estaba en Indonesia todavía me sentía como mi yo normal, pero después de volver a casa, me di cuenta de que mi forma de pensar era un poco diferente.
Ya no le temía a pequeños roedores, ni me preocupaba que las cosas fueran extremadamente higiénicas. Además, no me sentía tan necesitado como antes. Si bien estos pueden parecer mínimos cambios, en su conjunto, las experiencias me hicieron una persona más humilde. También me hicieron una persona más aventurera.
Mientras viajaba, tuve muchas—algunos podrían decir peligrosas—aventuras. Desde nadar con tiburones, hasta viajar por la selva de noche, donde me topé cara a cara con una tarántula y tome una foto de ella, básicamente he eliminado algunas cosas de mi lista de cosas por hacer.
Una de las cosas más terribles que pasamos fue cuando viajábamos desde la isla de Karimunjawa en un transbordador. El viaje fue como estar en una montaña rusa donde todos estaban enfermos y parecían ponerse de acuerdo para vomitar al mismo tiempo. La experiencia fue dura, especialmente cuando los lados de la balsa se abrieron y el agua empezó a entrar. Creo que algunas personas incluso estaban planeando estrategias de salida. No voy a mentir, yo también tenía la mía, que era dejar todo y a todos atrás y nadar hasta la orilla.
De amenazante a inspirador, también tuve la rara oportunidad de encontrar un orangután con su bebé en la selva. La distancia entre mi cámara y los orangutanes no era más de 10 pies. Fue increíble ver a los animales en su hábitat natural, sin vallas y ventanas limitándolos en su vida diaria.
Por último, tuve la oportunidad de visitar Bali y viajar 28 km (unas 17 millas) en bicicleta a través de los pueblos de la zona, donde llegué a ver un árbol de 500 años de antigüedad, probé el café más caro del mundo, luwak—que proviene de los feces de la civeta—y disfruté de un paseo escénico impresionante.
Viajar durante tres días para pasar un mes entero en un país extranjero, donde la cultura es distinta a la que estoy acostumbrado, fue una de las mejores decisiones que he tomado. Ahora busco conocimiento de otras culturas y tierras, y el bicho de querer viajar definitivamente me ha mordido. Planeo salir del país una vez más en el futuro cercano, y me embarcaré en otra aventura, donde espero participar en todo tipo de actividades, emocionantes y aterradoras. Y mientras estoy en ello, voy a tachar unas cuantas cosas más de mi lista de cosas por hacer.